miércoles, 1 de marzo de 2017

El milagro del amor

Algunas fechas especiales, como el Día de San Valentín, encierran misterios milenarios que se ocultaron a nuestros ojos debido a la prevalencia de lo material sobre lo espiritual. Hay que volver al Ser, para encontrar el verdadero Amor.

Indubitablemente, Valentín, fue un Gran Maestro de la Gnosis; formó una Escuela denominada la de los "Valentinianos"; fue gente que se dedicó al estudio del Esoterismo Crístico en todos sus aspectos; por eso es que hoy nos dirigimos a ustedes, en forma precisa, para hablarles sobre el "Milagro del Amor".

El amor comienza con un destello de simpatía, se substancializa con la fuerza del cariño y se sintetiza en adoración. ¡Amar, cuán grande es amar; solamente las grandes Almas pueden y saben amar! Para que haya Amor, se necesita que haya afinidad de pensamientos, afinidad de sentimientos, preocupaciones mentales idénticas.

El beso viene a ser la consagración mística de dos almas, ávidas de expresar en forma sensible lo que interiormente viven; el acto sexual viene a ser la consubstancialización del Amor, en el realismo psicofisiológico de nuestra naturaleza.

Un matrimonio perfecto es la unión de dos seres: Uno que ama más, y otro que ama mejor; el Amor es la mejor Religión asequible. Hermes Trismegisto, el tres veces grande Dios Ibis de Thot, dijo: "Te doy Amor, en el cual está contenido todo el Súmmum de la Sabiduría"

¡Cuán noble es el ser amado, cuán noble es la mujer, cuando en verdad están unidos por el vínculo del amor! Una pareja de enamorados se torna mística, caritativa, servicial; si todos los seres humanos viviesen enamorados, reinaría sobre la faz de la tierra la felicidad, la paz, la armonía, la perfección.

Ciertamente, un pañuelito, una fotografía, un retrato, provocan en el enamorado, estados de éxtasis inefable; en tales momentos se siente comulgar con su amada, aunque se encuentre demasiado distante ¡Así es eso que se llama ´Amor´!

El amor, en sí mismo, es una fuerza cósmica, una fuerza universal que palpita en cada átomo, como palpita en cada sol.

Los planetas de nuestro sistema solar giran alrededor del sol, atraídos incesantemente por esa fuerza maravillosa del amor. Observemos el centelleo de los mundos en el firmamento estrellado: comulga, tal centelleo luminoso, las ondas de luz, las radiaciones, con el suspiro de la flor… hay amor entre la estrella y la rosa, que lanza al aire su perfume delicioso; el amor en sí mismo es profundamente divino, terriblemente divino.

El hombre y la mujer, en realidad de verdad, son dos aspectos de un mismo ser, eso es claro. El amor, en sí mismo, deviene de lo ignoto de nuestro Ser; quiero decir, en forma enfática, que dentro de nosotros mismos, allá en las profundidades más íntimas, poseemos nuestro Ser; éste reviste características trascendentales de eternidad, éste es lo divinal en nosotros. El amor, digo, es la fuerza que emana de este prototipo divinal, existente en lo hondo de nuestra Conciencia; es un tipo de energía capaz de realizar verdaderos prodigios.

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